12.8.11

Querido Peirce:

Mi estimado Charles Peirce:

Hace años que venimos escribiéndonos cartas en las que hemos intercambiado la más fructíferas consideraciones teóricas, explicaciones detalladas de los más interesantes aspectos del signo, siendo cada avance en el desarrollo de su teoría una gratificación enorme para mí.

Es, sin embargo, menester confesarle mi creciente aburrimiento por todo lo referente al desarrollo de la semiótica, no teniendo un contrapunto con cuestiones personales que creo merecemos discutir.

Supongo que habrá notado que las correcciones que le envío respecto de su trabajo resultan cada vez más vagas y superficiales, lo cual, puedo afirmarle, no ha sido un hecho casual. No era en principio mi idea llegar a decirle estas cosas de manera tan directa pero todas las insinuaciones sutiles que le he escrito a lo largo de este tiempo creo no han llamado lo suficiente su atención como para que usted cambie, aunque sea parcialmente, el contenido de sus cartas.

Usted sabrá, querido Charles, que soy una mujer de letras, que paso la mayor parte de mi tiempo entre libros. Mi vida personal se ha relegado siempre a un segundo o hasta tercer plano, siendo la investigación y la búsqueda del conocimiento las actividades que más ocupan mi vida.

Es de esta forma que, teniendo yo una existencia tan teórica, los actos puros de experiencia me resultan casi nulos, siendo la imaginación mi única escapatoria a un presente casi sin contacto, con un marido dedicado enteramente a la política y sin demasiado tiempo para atender a su esposa.

Me sonrojo al confesarle, Charles, que cada carta de usted despierta en mí las más intensas emociones y da rienda suelta a mis más íntimas fantasías. Cuando se acerca el cartero y anuncia que ha traído correspondencia desde Norteamérica me tiemblan tanto las manos que apenas puedo abrir el sobre. Su caligrafía, Charles, tan perfecta y tan prolija, su cortesía y amabilidad al dirigirse a una dama, su ansiedad para contarme sus más recientes avances me han hecho suponer con el correr de las cartas un interés de usted en mí más allá de lo académico.

Pero hemos llegado aquí a un punto que me gustaría que me aclare para saber desde ahora cómo hemos de proceder en nuestra correspondencia futura. El hecho al que me refiero es que, según he analizado, mis sentimientos por usted han crecido al ritmo que lo hace su producción teórica, es decir, que mientras más esperaba yo algún tipo de demostración amorosa de su parte, usted se ha preocupado por rellenar sus cartas hacía mí puramente con semiótica.

No es mi intención ser grosera pero a esta altura de la vida ya madura por demás, con hijos viviendo afuera y una fortuna consagrada, sería mi más profundo deseo que tenga usted la iniciativa de cesar de una vez por todas de escribirme y mudarse a vivir conmigo a mi residencia en Inglaterra.

Sin mucho más que decir, me despido como siempre atentamente,

Victoria Lady Welby.


2 comentarios:

Charles Sanders Peirce dijo...

Estimada Lady Welby:
El tenor de su última misiva me impide recurrir a cualquier tipo de exordio que retrase una respuesta.

Jamás creí que mi teoría puediera despertar en alguien tales impulsos. Ahora comprendo, a la luz de su proposición, sus extravagantes preguntas y aquellos circunloquios sobre aspectos de la significación que jamás habrían venido a mi mente de otro modo. En efecto, le debo una parte sustancial del desarrollo de la semiótica a la insistencia persuasiva y esquiva de sus epístolas.

Lamento, sin embargo, tener que declinar su invitación. No es que no esté dispuesto a dejar mi lugar en Baltimore, sino que, si he de partir, será para satisfacer mis más altas fantasías. La aprecio mucho a usted y sus líneas me producen cierto cosquilleo —debo confesarlo, aunque siempre lo hemos sabido—, pero me conoce y se figura muy bien que yo sería incapaz de formar una pareja. Planeo en este momento mi retiro, fuera de la biblioteca inmunda en la que me encuentro, y deseo con todo fervor continuar este camino en compañía. Nada me complacería más que si viniera a América conmigo. Lo único que le ruego es que no lo haga sola. Traiga con usted a alguien de su confianza, una joven miss, aun si no es tan bella e inteligente como usted. Los tres compartiremos una vida de placeres en esta joven nación. No haga otra cosa, se lo imploro. Debemos ser tres, y sólo tres. Nada tendría sentido de otro modo.

Suyo siempre,

CSP

Pablo dijo...

Quien diría de C.S, ni lerdo ni perezoso.