12.2.10

El mejor café del mundo

Hoy a eso de las 6 de la tarde tuve un inusual antojo de un muffin y un frapuccino. Llegué al lugar, hice fila, observé en el mostrador las incontables opciones de cosas para comer y tomar hasta encontrar el sabor adecuado de cada una de ellas. Calculé mi presupuesto, advertí que me alcanzaba justo, sobrando solo monedas para cuando emprendiera la vuelta. Luego de que me llamaron por mi nombre y me dieron mi pedido me acerqué con el mismo a la mesita ubicada frente a la barra donde te ofrecen no sólo cantidades ilimitadas de azúcar sino polvo de chocolate, vainilla, canela y alguna huevada más para ponerle a tu bebida. Un poco más atrás de aquellas maravillas había un pilón de esos formularios que suelen tener las empresas para que el cliente pueda dejar su opinión sobre el lugar y sus sugerencias para que la empresa pueda hacerlo más feliz (textual). Subí la escalera, me senté con mi merienda, la comí, disfruté de su frescura y sabor insuperables hasta sentirme tan satisfecha que no pude terminar ni mi muffin ni mi frapuccino. Suspiré, miré a mi alrededor, busqué una lapicera en mi bolso y escribí en el formulario:

Queridos señores de Starbucks: la calidad de sus productos es inigualablemente buena, el ambiente del lugar es limpio y muy agradable, los asientos son muy cómodos y los dos cajeros de la sucursal me sonrieron cuando me tomaron y entregaron el pedido. Conseguí lugar muy fácil, no tuve que hacer mucha fila, el baño estaba en condiciones decentes y la música de fondo no me resultó desagradable al oído.
A pesar de todas estas cosas positivas, con respecto a mi felicidad, ya que me lo preguntan, les puedo decir que estando aquí sentada descubrí que nunca me había sentido más infeliz en toda mi vida.
Todo lo que me rodea es atractivo y hermoso, único pero, al mismo tiempo, absolutamente igual a lo que podría encontrarse en cualquier otro negocio de esta misma cadena acá, en Japón, en Grecia o en la 5ta Avenida: el mismo café, los mismos asientos, los mismos empleados sonrientes, y la misma gente que, como yo, consideran que, por estar en este lugar consumiendo estos productos están haciendo algo genial, diferente, especial, gente que, como yo, no tienen demasiado dinero para hacer las cosas que les gustan, que resignan muchas cosas que les gustarían pero que, sin embargo, deciden, aún sabiendo que es caro, gastar su dinero en esto ¿por qué? porque es Starbucks, un lugar cosmopolita que vimos en películas como El diablo viste a la moda o Mi nombre es Sam, porque cuando se lo comentemos a nuestros amigos que sí tienen más dinero y que, aun sabiendo que es caro, no les afecta su presupuesto gastar su dinero en uno de estos frapuccinos y en una caja de pastillas importadas de canela, nos digan sonriendo que tiene mucho sentido, que puede que sean lujos vacíos pero que está bien, que de última no tiene importancia, que qué le hace una mancha más al tigre y que para qué poner a cuestionarnos si está bien que Starbucks exista o si está bien que vayamos. Y es así como nos damos cuenta de que no tiene sentido discutir y plantearse estas cosas, que el lugar está buenísimo y todo es copado y rico y lindo y bien presentado, y salimos a la calle, aun con el vasito de plástico que tiene escrito nuestro nombre, y vamos caminando y sorbiendo los últimos grumos de crema que quedaron en el fondo, y nos subimos a un bondi atestado y lleno de gente, nos comemos media hora de frenadas y empujones hasta llegar al departamentito en el que vivimos y, en la puerta, nos damos cuenta que aun tenemos en la mano aquel vasito, el cual no dudamos en tirar a la mierda para ingresar, ahora sí, en nuestra realidad, nuestra vida.
Eso es lo que me sucede, queridos señores de Starbucks, cuando estoy acá en su hermoso negocio no puedo evitar pensar que las no se cuántas variedades de jarabe que le puedo poner a mi café para que sea más rico no colaboran con mi felicidad ni aunque me esfuerce por hacerlo. No sé si es culpa de ustedes, culpa de alguien más o culpa mía, entonces, por ahora, a su pregunta de si pueden hacer algo para hacerme más feliz les diré que, lamentablemente, la respuesta es "nada".

3 comentarios:

Unknown dijo...

WOW. Es como poner en palabras todo ese planteo contradictorio que se genera cada vez que me sirven esa felicidad efímera en forma de logo verde impulsada po los actores y los musicos mas fisu que van con sus ropas de diseñador pero algo andrajosos, y con ese vasito parecen tan cool.

Alfonso Juliàn Castro dijo...

muy buen relato!

Saludos!

mauro m. dijo...

es un artículo costumbrista, en realidad. Uno perfectamente logrado.

Saludos!